jueves, 2 de junio de 2011

JESÚS, LOS CHANCHOS Y LA ECONOMÍA





Leer: Marcos 5, 1-20


¿Cuál es más chancho: el chancho o el que le da de comer?


Gerasa es un pueblo ultra pagano que sirve de base militar a una subdivisión de la Legión romana. Los 2000 soldados que acampan en uno de los peñones de su costa, forman una máquina de guerra implacable por medio de la cual Roma coloniza y explota la zona circundante.


Para un judío bien nacido, esos romanos son criaturas que el diablo les mandó para contaminar su tierra sagrada y pervertir sus almas. Porque esos miserables extranjeros no sólo matan a más no poder, sino que se entregan a todos los vicios, adoran a dioses degenerados, obligan a la gente a adorar la estatua de su emperador y, para colmo… ¡comen chancho!


Y ¿quién los abastece en chancho? La misma Gerasa, donde unos vivos se sacan pingües ganancias (en divisas romanas, por cierto) criando chanchos al por mayor para venderlos a los romanos que los mismos gerasenos ni pueden oler. Esto es lo gracioso, los “puercos” romanos que pudren la vida a los gerasenos son alimentados y engordados por otros… gerasenos. ¿Y qué? ¡Negocios son negocios!


Gerasa queda apenas a un paso, en la otra orilla del lago de Galilea, pero ningún judío se acerca a ese lugar maldito. Un día, sin embargo, a Jesús se le ocurre ir para allá, sin pasaporte ni nada. Llama a sus discípulos, todos judíos como él, los hace subir a una barca y se aventura con ellos hacia Gerasa. La travesía es de terror. Los discípulos casi se mueren de espanto, quizás más por sus prejuicios y temores supersticiosos que por la tormenta que se desencadena sobre el lago. Felizmente Jesús interviene con autoridad y la calma vuelve. Al final, todos llegan a Gerasa sanos e ilesos.


Ni bien Jesús baja de la barca, una cosa oscura sale de entre las tumbas corriendo a su encuentro. Cuentan los lugareños que ese ser, más animal que hombre, pasa su vida en cementerios. Grita día y noche como bestia, y con piedras filosas se lastima el cuerpo a la manera de un chamán en transe. Cada vez que lo amarran con cadenas y grillos, él rompe las cadenas y hace pedazos los grillos. Nadie puede dominarlo.


Llegado frente a Jesús, el animal se echa encima de él como para matarlo. Pero, con la misma fuerza con que afrontó la tormenta sobre el lago, Jesús lo increpa y el hombre cae a sus pies. Una voz ronca, a la vez suplicante y sarcástica, sale de la garganta de ese ser miserable. Con lloriqueos le ruega a Jesús que no lo atormente.


- Si me quieres sacar de este hombre, por favor, mándame a vivir en el cuerpo de esos chanchos que ves allí sobre la colina…


- ¿Cuál es tu nombre? le pregunta Jesús


- Mi nombre es… ¡“Legión”!


Ya sale el gato de la bolsa. Ese hombre no es sino la figura del mismo pueblo de Gerasa, o de otros pueblos como el de Jesús que, dominados por la Legión romana y acomodados a ella, han perdido su libertad, su dignidad, su honor, su grandeza, su inteligencia, su juicio, su razón de vivir. No les queda nada. Son una simple cosa, un desecho de la historia… Al colaborar con los romanos, esos pueblos se están autodestruyendo. Se están cubriendo de llagas.


Entonces Jesús ordena al espíritu “Legión” que salga del cuerpo del pobre hombre y se mande a pasear en la piara de cerdos.


El choque es brutal. A pesar de ser animales del diablo, como piensan los judíos, los cerdos no pueden aguantar al espíritu “Legión” que se mete en ellos. Desde lo alto del acantilado se precipitan al mar y mueren ahogados. Son alrededor de 2000.


En eso nuestro hombre recupera sus espíritus. Lo lavan y allí lo tienen hecho un hombre nuevo. Furiosos, los dueños de los cerdos persiguen a Jesús y lo echan de sus tierras.


¡Que el que quiera entender entienda!


Obvio que a Jesús no le gustan las legiones romanas ni los paisanos que colaboran con ellas. No es amigo de las botas, no es amigo de las dictaduras. No es amigo de las intrusiones extranjeras que bajo el disfraz de la generosidad (o del desarrollo) llegan a controlar a otros países y a dominarlos. No es amigo de los que crían chanchos para engordar a otros chanchos.


¡Pero que poca delicadeza la de él! Que haya rescatado a un pobre tipo de un abismo sin fondo, nadie lo niega, pero ¡a qué precio! Con razón los propietarios de los puercos quieren verlo muerto. ¿Acaso un ser humano vale lo que dos mil puercos?

- Sí, con seguridad, dice Jesús.


¿Aunque se trate un loco, de un monstruo, de un marginal, de un despojo, de un hombre que siembra el terror? ¿Aunque esté lleno de diablos, aunque sea tan malvado como una legión romana que roba, viola, pisotea, humilla y oprime a todo un pueblo? ¿Es acaso justo sacrificar la economía de todo un pueblo para rehabilitar a un monstruo semejante?

- No sólo es justo sacrificar la economía de todo un pueblo sino la de todo un país, dice Jesús. ¡Y hasta la del mundo entero!


La economía que ha prevalecido hasta ahora en el mundo es más destructora que 2 000 millones de bombas del tipo de las que destruyeron, 50 años atrás, a Hiroshima y Nagasaki. Esa economía se ha construido sobre las espaldas del 90% de la humanidad, al precio de la dignidad, la libertad, los derechos de las personas, de los pueblos y de las naciones, escarneciéndolas, burlándose de ellas, corrompiéndolas, induciéndolas a equivocarse, explotándolas, volviéndolas esclavas y masacrándolas. Esa economía es responsable de las heridas, de las frustraciones, del odio, de la violencia y de la decadencia de sus víctimas. Monstruos como ese pobre diablo de Gerasa son creados por miles todos los días por ella para poblar entre tumbas y espantos los inmensos basurales humanos del planeta. Es maldita esa economía que sacrifica hombres y pueblos a los chanchos y no los chanchos a los hombres. Por eso, cualquier día, va a explotar. No sólo 2000 puercos caerán al agua, o dos torres volarán en humo, sino que será toda la economía mundial la que se derrumbará. Ya comenzó.


El mismo Obama, que es un buen hombre, les tiene lástima a los chanchos. Y les da de comer. Pero puede ser que, un día, los chanchos se vuelvan contra él y lo muerdan. Pues a los chanchos no hay que echarles alimento ni mucho menos plata (Mt 7,6).





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