martes, 25 de mayo de 2010

LA QUE NO EXISTÍA



Tenía graves problemas, estaba confundida, no sabía demasiado qué pensar. Sus fracasados matrimonios continuaban obsesionándola y su último idilio andaba a los tumbos. Toda su vida había buscado el gran amor. Pero la mala suerte se había ensañado con ella. Ahora estaba llegando a la cincuentena. Hubiera querido rehabilitarse a los ojos de su familia y de la sociedad y hacer la paz con la religión. Pero era un poco tarde. Tantos cántaros rotos, tantos pedazos a recoger.

Había cometido errores, hasta locuras, tratando de agradar a todos aquellos en los que esperaba encontrar el amor soñado. Finalmente se agotó sin haber podido gustar a nadie. Temía equivocarse a cada paso, se preguntaba si no podría hacer las cosas mejor, se cuestionaba, se sentía culpable de todo, hasta de sus mejores acciones. Sus amigos y sus maridos la veían bien y todos aprovechaban para abusarse de ella. Era una mujer que se había perdido en el camino. Ya no existía…

Un día, alguien le dijo: “¡Detente un momento! Tienes una conciencia, escúchala Es tu conciencia la que te convierte en persona y no en una cosa. Si tú eres tú y no otra, es gracias a tu conciencia. Si eres libre, es gracias a tu conciencia. Nadie tiene derecho sobre tu conciencia. Nadie tiene derecho a juzgarte. Tu conciencia es lo más sagrado que tienes. Nadie te lo ha dicho, lo sé. Nunca lo has sabido y es por eso que nunca has existido. Estás desparramada, estás rota en mil pedazos, aferrada a todo el mundo y a nada. Te han hablado de deberes, de obligaciones, de leyes, de costumbres, de usos; has querido cumplir con todo eso, salvo contigo misma. Nadie te ha dicho que tú eres grande, importante, única. Que la verdad está en el fondo de ti misma y que te habla. Te dice que no es un pecado que hayas buscado un gran amor. Por el contrario, era eso lo que debías hacer. Es una lástima que no lo hayas logrado, pero ese es otro problema. No confundamos una cosa con la otra. Pues bien, yo te digo que tú estás habitada por la luz, por lo divino y por una belleza grande. Ninguna religión puede quitarte nada de esa realidad que está allí, en lo más profundo de tu ser, y que, de esa profundidad, te habla. ¡Tu conciencia es la voz de esa belleza que te habita! No tengas miedo de escucharla. No te equivocarás. No es enemiga de Dios sino el más grande don que Dios le haya hecho al ser humano. Sigue a tu conciencia. No tengas miedo de pensar “YO”, de decir “YO” a la luz de alguien que es más grande que todo, que está en el origen de todo y que te ama por sobre todo. Tú eres su imagen. El es “YO soy” y es lo que tú eres también. Olvida tus fracasos. Tú debías buscar ese gran amor y deberías seguir buscándolo. Porque es para eso que existes. ¡Esa sed te llega desde Dios mismo!”

Y ella bebía estas palabras como agua corriendo a borbotones a su corazón sediento.

Jn 4, 1-30

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